
«EL SABIO SIN TIERRA»
Es un día cualquiera en la ciudad de Vallenar, Región de Atacama, cielo despejado, temperatura agradable, emprendemos rumbo a nuestro destino. Recorremos unos pocos kilómetros hasta la cercana localidad de Hacienda Compañía, llamada así por haber sido precisamente eso hace algunas décadas, llena de vida, de producción diversa, frutales, hortalizas, cultivos, destacando sin duda el tomate, muy apetecido por los grandes mercados del país, y para terminar el paisaje, muchas praderas para el ganado bovino del sector, sumado a trenes que iban y venían hacia el puerto de Huasco, del cual en esos años se enviaban los inconfundibles primores del valle del mismo nombre a diversas partes de Chile y el mundo.
Hoy el panorama es distinto, ya no hay producción de frutales, de hecho muchas de las variedades que antiguamente eran características de la zona hoy no existen o están reducidas a un puñado de ejemplares repartidos de forma azarosa entre algunos jardines de sus habitantes, y el número de variedades y especies en general se ha disminuido de manera drástica. Hoy los monocultivos híbridos sin duda alguna son la norma en este sector rural. La maquinaria mecánica reemplazó a la aradura animal, los fertilizantes inorgánicos terminaron con la supremacía del guano y la industria química dejo sus imborrables huellas.
Es en este contexto, en el que se hace imposible pensar en un espacio físico que pueda albergar más de 100 variedades tradicionales de hortalizas y cultivos en medio de este convencional sector agrícola, pero la vida nos sorprende y ahí está él, un hombre alto, erguido con cara añosa y manos tatuadas por el tiempo y el trabajo duro. A la distancia se le escucha gritarle a «la rubia«, su yegua, su regalona y su trabajadora estrella: «¡¡oooh ooooh, dale dale!!«, pero parece que «la rubia« ha optado por detenerse y pensar bien su próximo paso. En eso, se nos acerca y nos recibe con una gran sonrisa, como si nos conociera de tiempo, y claro, nos conoce hace ya 10 años y nosotros a él, pero esto hace que la historia sea más real y cercana, entonces nos recibe como cada vez que vamos, con una buen apretón de manos y con su clásico gesto de felicidad de siempre tener algo nuevo que contarnos y enseñarnos.
Cuando en lo personal, me tocó hace años ser el “asesor” de don Carlitos (para los amigos), me tocaba hacerle talleres de distintos temas técnicos y a pesar de que en términos teóricos era yo quien tenía que enseñarle y capacitarlo, la vida se encargó de girar sus fichas y el asesor terminó asesorado. Fue uno de los primeros en hacerme reflexionar y comprender en términos empíricos aquel viejo dicho de “la práctica hace al maestro”, hice un análisis de mi vida y me dije: bueno, cuando yo estaba en la enseñanza media, don Carlitos estaba sembrando, cuando entré al Instituto, don Carlitos estaba sembrando, luego, varios años más en la universidad, ¿don Carlitos? sembrando, luego algunos años de trabajo por ahí, y él, seguía sembrando, produciendo, regando, seleccionando semillas, solucionando sus problemas agrícolas, enviando productos a la zona central de primera calidad, parecía quedar claro quién era el maestro en esta historia. La verdad, algo parecía no cuadrar en la forma de relacionarse profesionales y campesinos, en la que muchos profesionales creen que el campesino no sabe nada y muchos agricultores creen que el profesional lo sabe todo, la verdad, ninguna de las dos hipótesis es cierta.
Le decimos entonces a don Carlitos: ¿Qué le parece si nos cuenta de ud.?, -«¿Qué quieren saber?«- responde curioso- ¡Todo!!, decimos de vuelta, ¿qué lo ha traído hasta aquí?, ¿qué lo hace tener que arrendar tierras para mantener sus cultivos y rescatar a la vez tantas semillas del olvido y traérnoslas de vuelta? – «¡vamos entonces a la casa!» – contesta ahora entusiasmado – Entonces toma su cleta (bicicleta), y le seguimos. Al lado de la cancha del sector, en un pequeño espacio de aproximadamente unos 1.500 m², está su sencilla casita, un invernaderito para producir plantines y un vivero donde ha propagado miles de frutales tradicionales que se extinguían para compartir con las comunidades de la Región….. en ese pequeño terruño, que ni siquiera es de su propiedad, ¡créanlo, este mágico e imprescindible ser humano que rescata año a año cientos de semillas para todos, no tiene terreno propio para sembrar!! Aún así, en ese terreno que ya le están pidiendo devolver y en el que ha vivido por décadas, ha rescatado diversas variedades tradicionales de vid, damasco, durazno, peral, higuera, olivo, membrillo y cidro, hemos tenido la dicha de comer fruta dulce en terreno impropio, disfrutar el sabor de vides antiguas, esas de pepa grande y tan dulces que llegan a hastiar, damasco imperial y cinzano de sabores insuperables…. En fin, conozcan a un hombre al cual todos le debemos de alguna manera, por su trabajo, su insistencia y esa curiosidad ancestral de descubrir, de crear y de trascender.
Carlos Castillo Rojas nació el año 1952 en Paihuano IV Región, su padre fue Erasmo Castillo, quién vivió hasta los 91 años y del cual es una copia fiel, y su madre doña Bertina Rojas, vivió hasta los 85 años, siendo una mujer muy trabajadora y según él, muy fértil, seguro debe ser porque fue madre de 13 hombres y 3 mujeres que tuvo con pausas de uno a dos años, todos nacieron entre el año 36 al 64, y don Carlitos fue el décimo de ellos.
Según recuerda con nostalgia, su padre se levantaba cada día a las 4 de la madrugada y partía con sus burros a la cordillera a buscar nieve, ¡¿dijo nieve?!, ¿su padre vendía nieve?.
– «¡Si!, mi padre iba con sus animales muy temprano a la cordillera a buscar nieve, la prensaba en unos sacos especiales y la traía al pueblo como un cubo de hielo y se la vendía a los heladeros del sector, pero ellos no la usaban para hacer el helado sino para cortar el helado, mi viejo además era leñero, pastor de ganado y agricultor, todo lo hacía para alimentarnos ya que éramos muchos, a nosotros nos criaron a pata pelá, a los 15 años recién tuve unos zapatos«.
Don Carlitos comenzó a laborar a los 11 años, sólo tuvo 6 meses de colegio, porque aunque no fue de los hermanos mayores siempre le tocó trabajar por sus hermanos, quienes llegaron en su mayoría a sexto año. Aún así, aprendió a leer rápidamente sólo mirando y más rápido aún aprendió matemáticas, las que hoy domina con pericia, a tal punto de que suele tener cargos de tesorería por su destacado orden y honradez, a toda prueba, todos quienes le conocen destacan que es muy correcto, y sí, históricamente lo ha sido.
Al valle del Huasco llegó el año 60 en pleno apogeo del tomate, que se iniciaba el 64. Uno de sus hermanos se convirtió en mediero (50% para el que trabaja y 50% para el dueño del terreno) en una hacienda llamada La Higuera, en el sector de La Laja, inundado actualmente bajo el embalse Santa Juana, y el resto de hermanos trabajaron para él, produciendo dos variedades tradicionales de renombre: el ají cristal y el tomate limachino, eso hasta el año 74. Como muchos jóvenes criados en el campo, tuvo que aprender la labor agrícola a la fuerza, era trabajar y comer o quedarse en la necesidad.
– «Nadie se paraba a enseñarte, te tocaba y tenías simplemente que cumplir, eso se convirtió en un mal recuerdo para todos, por eso hoy ninguno de mis hermanos trabaja en la tierra, todos se apatronaron, pero a mí no me duraban mucho los trabajos, no me gusta que me manden, bueno, ud. ya me conoce» – Sonríe con confianza y una libertad tan expresiva.
El año 74 luego del golpe militar, se quita el fundo que trabajaban, quedando sin nada, entonces decide irse a Santiago, pero esa vorágine que no logró comprender, no le permitió aguantar más de un año, fue así que volvió esta vez a Vallenar y se hizo panadero. En un principio, no sabía nada de pan, así que comenzó como canastero, ¿me explica eso de canastero?.
– «Claro!, era el que sacaba el pan del horno y lo ponía en las canastas para su venta, es sólo sacar y echar, todo el día, la mayoría se quedaba en su puesto, pero yo a los 3 años terminé siendo maestro de batea, o sea el que hace el pan, a mí siempre me ha gustado aprender, por eso fui ascendiendo, pero poco me duró la pega nuevamente, no me gusta la prepotencia de los jefes y mi genio no es de esos que aguantan mucho, por eso duro poco apatronao, pero aquí fue cuando conocí a la Edy, (su esposa y compañera), ella trabajaba cerca de la panadería, luego cuando yo tenía 26 y ella 23 nos casamos y nos fuimos a La Pampa«.
En La Pampa, que es una localidad ubicada al interior del valle, en la parte de «Los naturales» o conocido también como El valle de El Tránsito, vivió por 3 años. También trabajó más arriba aún, en la histórica quebrada de La Plata, sembrando trigo candeal fen, poroto burro y clavel además de su regalón ají cristal. Luego de varias vueltas volvió a la hacienda La Higuera y trabajó por porcentaje, 30% para el dueño del terreno y 70% para el resto, estuvo ahí hasta el año 85 en que se vino a vivir a Hacienda Compañía. Allí trabajó solo 7 meses apatronado limpiando arvejas, cosechando porotos, en ese entonces vivió en el centro de madres de aquella época, hasta llegar al espacio en el que está ahora el año 90.
– «En la Compañía en esos años ya se producía casi pura arveja, el valle siempre ha sido de apogeos y monocultivos, aunque algunos criaban vacuno, también se ponía mucho ají al aire libre, hoy sólo yo produzco ají en este sector.«
Aún cuando don Carlitos trabajó apatronado, durante todos esos años dejaba un sector para producir su propio alimento.
– «Siempre he sembrado de todo para comer, cebolla, maíz, cilantro, ajo, melón, sandía, tomate, poroto, papa, lechuga, lo que queda se vende, eso me lo enseñó mi padre que hasta casi los 90 años sembró su propio alimento en un terreno en Vallenar. Producía de todo igual que yo, como siempre le digo, nunca se deben poner todos los huevos en la misma canasta, además no hay verduras más ricas que las que uno produce, uno sabe lo que tiene, lo que compras es muy distinto a lo que produces, cambian los sabores, las texturas, el tomate que compras no sale de buen sabor, el poroto verde uno lo come altiro, el otro se come luego de un viaje y está deshidratado. Siempre me ha gustado tener muchas variedades, me gusta tener cosas novedosas, no que me digan cómo son, me gusta comprobarlo, me gusta buscar variedades antiguas, nuevas y mantener también las mías, es muy importante hacerlo para mi, ya que se están perdiendo todos los genes de las variedades antiguas, creo que mucha más gente debiese estar en este trabajo de recuperar semillas y variedades antiguas, pero pocas están conscientes de esto y prefieren sólo el boom comercial, diciendo que no producen variedades antiguas porque nadie les comprará. Yo mis variedades antiguas las produzco para comer sano yo y mi familia, eso es lo primero, hablan tanto de los híbridos, yo los conozco muy bien, desde que llegaron al valle en los 80, nos regalaban la semilla en ese entonces, hoy valen un ojo de la cara, así la gente fue perdiendo sus semillas. Es cierto que pueden tener mejor firmeza, pero mejor rendimiento o sabor no, es un mito eso de los rendimientos, las semillas antiguas son más rendidoras y son más resistentes y mientras yo viva, no las quiero perder» – dice don Carlitos casi emocionado, con un brillo en los ojos tan creíble que convence a cualquiera.
Y continúa…. – «yo le pregunto a la gente ¿usted sólo come tomate y lechuga?, no, entonces como campesino no saca nada con producir sólo eso y tener que comprar todo el resto, con eso no le alcanza ni para una cazuela, así salimos perdiendo, eso no me cuadra, es cierto que hubieron buenos tiempos cuando el cajón de tomate se vendía a $12.000, hoy se vende a $4.000, pero resulta que además todo el resto de cosas ha subido de precio así es que es un pésimo negocio, la gente que ganó plata, se quedó con ese recuerdo, yo he perdido mucho, todos sembramos lo mismo y en la misma fecha, nosotros no ganamos con eso, los que ganan son los intermediarios y las empresas de semillas y químicos«.
Definitivamente hablar con este sabio agricultor, que nos ha enseñado tanto, con una seguridad y una humildad destacable, es un regalo de la vida, ver en cada uno de los rincones que produce, biodiversidad, variabilidad, novedad, que comparte sin tapujos con cualquier curioso interesado, es definitivamente un milagro en estos tiempos de monocultivo, de variedades modernas, de tecnologías costosas. Don Carlitos es sin dudas un profesor, un amigo, un agricultor especializado y además un inventor incansable, el inventa sus propias herramientas, prueba sus propios métodos y técnicas, visitarle es sin dudas una experiencia de aprendizaje, en el que definitivamente queda claro quién es el maestro y quién es el aprendiz, aún así, él sabe que siempre es bueno aprender algo nuevo.
Maestro, para terminar ¿podría cerrar con un consejo?- Sonríe tímido y agradecido-
– «Traten de buscar lo que había antiguamente, aprendan a producir para comer ustedes mismos con semillas que no contengan genes de otras cosas, recuperen el conocimiento de sacar semillas, eso no debe perderse«.
Don Carlitos está casado felizmente con Edy campillay, y tiene dos hijas y 3 nietos.
Es imposible no terminar esta valiosa conversación con ese gusto amargo de pensar que un hombre que aporta tanto para nuestra biodiversidad, alimentación y conocimiento tradicional no tenga un terreno propio para trabajar, de sólo imaginar cuantas especies más podría rescatar si tuviese su propia tierra, cuántos campos botados, y aquí…. dos manos inquietas sólo esperando otra nueva temporada para reverdecer cada espacio con la vida misma.
Relator: Esteban Órdenes
Equipo Biodiversidad Alimentaria