«LA INEXTINGUIBLE SEMILLA MAPUCHE»
El frío ronda allá afuera, las aves anuncian que el sol ha comenzado a asomarse, a través de la ventana se ve a “la mama” ya con el fogón encendido. Está amaneciendo, la postal del chachay Antü entre las montañas del Alto Biobío es imperdible ¡cuánta belleza puede atesorar un lugar! sin duda, el tüwün de la lamgmien Ingrid tiene toda esa magia que nos ha relatado, allá donde se pose nuestra mirada: solo bosque nativo, montañas y el cielo. El sonido de una trutruca nos trae de vuelta, es uno de los pichiche que saluda a los püllü y ancestros antes de disponernos a desayunar.
Ingrid, mujer Pewenche de siembras cordilleranas, hoy construye su legado lejos de la presencia física de su mama, pero cada especie que habita en su huerta ha venido con la sabiduría de aquella noble anciana, su presencia aquí es inevitable.
Nacida en Cauñicú, en el Alto Biobío, el arraigo hacia su territorio es innato. Cuando oímos sobre su nacimiento: las contracciones llegaron repentinas – “y mi abuela alcanzó a colocar un cuero para que yo naciera, venía parada, nací de pie en mi territorio. Mi placenta la enterraron ahí en la ruka, por eso mi arraigo” – fue el verano de 1984. Tiempos en los que su familia ya gestaba el liderazgo de su abuela, o la mama, como cariñosamente la familia se refiere a quien marca la vida de cada uno de ellos.
La vida laboral, hace que la madre biológica de Ingrid salga al pueblo y sea la mama quien se haga cargo de su crianza en los primeros años. “A los tres años salí, la relación desde ahí fue los fines de semana y las vacaciones. Ya de grande fue el internado. Estuve un año viviendo en Hualqui donde una familia amiga, fue el choque cultural de mi vida a los 13 años. Después me fui a Los Ángeles y allí terminé mi enseñanza media, estaba en un hogar de monjas.”
La huerta en el Alto
“Mi mama siempre hizo huerta, teníamos una al lado de la casa, era donde tenía las verduras que usábamos todos los días, y el lawen. Creo que era para tenerlo cerca y usarlo de noche por si nos enfermábamos. A esa huerta nosotros acarreábamos el agua en balde, desde la vertiente a unos 300 metros. En la otra huerta, siempre conseguía mi mama gente que le fuera a arar la tierra con bueyes. Casi siempre iba mi tío abuelo materno, él vivía cerca de la casa, aprovechábamos y él nos daba más de una vuelta para jugar sobre el arado.”
Desde niña la siembra ha estado en su camino, entre jugar e imitar a su abuela, fue aprendiendo las labores cotidianas haciéndose cargo de espacios pequeños, de trasplantes, pequeños tablones y del riego, sus recuerdos son buenos aliados para evocar saberes y también sabores. La alimentación es fiel reflejo de lo sembrado: “había kinwilla en la sopa, las hojas sobre todo. Yuyo se salía a buscar en los rastrojos. Estaba el awar, las cafecitas más chicas, arvejas también, de capi pequeñito pero llenador, el que llaman vuelta el año estuvo desde siempre en la casa, en las sopas de invierno o acompañando a las legumbres. Juntábamos poroto también, el pallar siempre estuvo. Muchas de las verduras eran estacionarias, y cuando había comíamos en abundancia.
Había que complementar, por ejemplo en el invierno salíamos a buscar changle, digüeñe, y otros hongos. Tenía que ver con lo que en la naturaleza estaba pasando. Para el tiempo de los pescados, podíamos ir al río a sacar nuestro alimento. Hacías un pozón, sacabas el pescado que necesitabas y te ibas, aunque estuviera lleno, solo lo que necesitaras. En general con la huerta era lo mismo, lo que necesitábamos para el grupo familiar era suficiente“
También está aquella especie que tanto caracteriza al pewenche, los piñones o pewen. “Yo creo que es parte de la sangre que corre en uno. Si la sangre del pewenche no tiene piñón, le falta algo. Es esencial, si uno no come piñones, se enferma más o no está en equilibrio. Es parte de la espiritualidad, de la alimentación, porque uno consume energía para darte energía. La alimentación es eso, cuando uno consume algo, no sólo es alimento también es historia, sus momentos que traen recuerdos”. La importancia del piñón o pewen es indiscutible.
De las veranadas pewenche a la huerta nagche.
“Los Pewenche les dan un descanso a la tierra, a la vegetación, al agua, al espacio donde uno vive en el invierno. Para eso uno va más arriba de la cordillera a estacionarse un tiempo, a que los animales consuman alimentos de ese espacio que está renovado, que estuvo bajo la nieve, que tiene más agua. Y uno también va, se va con media casa al hombro y allá se desconecta. Allá igual hay construcción de ruka, igual hay cosas necesarias para cobijarse del frío”. Es la veranada, tiempo de conexión con la tierra, con la montaña y el pewenentü, ciclo que Ingrid vivió hasta los 19 años, luego vino la universidad y con ello trabajar para estudiar.
Ingrid es hablante del mapudungun como pocas jóvenes, lo ha aprendido de su abuela y ha procurado mantenerlo vivo en la cotidianeidad que transita por lo urbano. “Mi mama nos inculcó todo. Nos decía que ser mapuche era tener nuestra propia cosmovisión, nuestra propia lengua, era la única vía para comunicarnos, y para comunicarnos primero con ella y también con la espiritualidad. Ella me dice que un lawen no habla en wingkazungun, ¿cómo te va a entender? tiene que ser en mapudungun. Todo lo fui guardando, yo creo que mi püllü lo fue guardando, me acerqué a organizaciones donde había hablantes, allá en los Txawün estábamos con Jaime, acompañando en los Txafkintü, allá donde estén las ñañas. Siempre he buscado tener amistad con personas adultas, con papay, por medio de ellas voy a aprender.”
Así, en el transitar de sus estudios llega a Mawidache, tierra donde hoy vive junto a su compañero Jaime, y sus tres hijos: Pegeylifwenu (10 años), Kewpükura (6 años) y Aleliwen (6 meses) “tuvimos nuestra casa y altiro empecé a hacer huerta, partí trayendo las semillas de la mama, incluso creo que imité su huerta, absolutamente inconsciente. Era lo que conocía, lo que manejaba bien en lawen y comida.”
Llegar a un territorio donde las semillas ya han sido desplazadas por aquellas variedades comerciales, no fue una tentación para Ingrid, el valor de la semilla antigua, esa tradicional que heredó de su abuela, siempre lo tuvo presente, por apego y afecto, pero también por mantener la autonomía de su huerta y la alimentación sana y natural para sus hijos.
“La semilla es una herencia, una responsabilidad. La semilla antigua siempre da, porque han resistido junto con nosotros, al ladito del pueblo mapuche. Aunque estuviera escondida por 20 años, igual brota. ¿Cómo podría cambiarla por una que necesita ser comprada todos los años? Las semillas antiguas llevan un nütxam con ellas. Necesitan solamente un espacio donde ser sembradas, de manos que la ayuden a llegar a la tierra, ayudarla con el agua, el abono. Finalmente vienen a complementar lo que tienes en casa. El abono uno lo puede sacar de las aves, los animales, no necesitas comprar, eso te genera autonomía. Es tan valioso producir tu alimentación, no tiene un costo monetario, por herencia, por Txafkintü, de no comprar. Además te da la seguridad de poder compartir con otro que también va a tener esa autonomía. Compartir es algo fundamental. Si uno tiene semillas no puede ser para ser guardada, escondidas. Mi mama nunca guardó semillas, es algo cultural, una herencia, yo siento que no puedo romper con esa herencia. El kimun igual hay que compartirlo, si alguien también lo necesita. Mientras uno más comparta, mejor, eso también se devuelve en la vida.”
Los niños y la huerta
“Mis hijos saben que existe más de un tipo de maíz, que existen muchas variedades, de muchos colores y tamaños. De porotos, tomates, zapallos, ajíes, ya tienen esa mentalidad de que la naturaleza es diversa, ellos lo ven, tienen la certeza de que eso existe. No es lo mismo que verlo en video, ellos lo tienen aquí en su casa, lo pueden ver, tocar, andan chocando con ellas. Han visto los porotos en la sopa. También han sido parte de la siembra, han ayudado, a lo mejor jugando, también estuvieron en los almácigos. La Pegei le contó a una profesora en una clase de ciencias que su casa estaba llena de semillas, que había muchas variedades. A Kewpu, su profesora le pidió que le llevara lechugas y él pregunta: ¿usted vive en el campo o en la cuidad? la profe le dijo que en el campo. ¡Ah ya! entonces le traigo semillas para que usted las siembre. Eso es la conciencia que tiene de que hay que sembrar para comer. De pequeñitos van teniendo esa certeza.”
Los niños no sólo han sembrado junto a nosotros, sino que también han ido probando las variedades que su madre prepara a diario, especies que cosecha desde su propia huerta. Y es que Ingrid nos sorprende en cada visita con la exquisita comida que prepara. Esa mezcla entre la alimentación tradicional y sus creaciones con lo que encuentra en la huerta, hacen que sus hijos crezcan de la mano de la cocina tradicional tal como lo hizo ella. “Siempre ha estado presente la comida mapuche en mi vida. Cuando armamos nuestra familia, me propuse que mis hijos comieran la comida mapuche. No me gustaría que llegaran donde mi mama y dijeran que no comen esa comida, eso es lo más terrible que nos puede pasar como mapuche, que nuestros hijos no coman nuestra comida, porque esa es la comida que nuestros abuelos, nuestros ancestros lograron descubrir que nos nutría. El mote por ejemplo. Juntar el trigo con las cenizas, darle un hervor, de ahí sale el mote. Que hay una forma de comer en el invierno y otra de comer en verano. También voy encubriendo eso que ellos dicen que no les gusta, eso me ha permitido crear, camuflar, el mürke en el queque para que se alimenten, según ellos no lo comen. Ir modernizando la comida mapuche, ir complementando la alimentación de ahora con los alimentos mapuche. He ido creando.”
Las nuevas miradas sobre las tradiciones: Curador de Semilla y Txafkintü.
En la actualidad, alrededor de las semillas han surgido nuevas miradas sobre lo que antes era tradicional, un ejemplo de ello está en el Curador de Semillas, persona que hoy se destaca por poseer un número relevante de semillas en su poder y no necesariamente conociendo su origen, pues en muchos casos las variedades suelen abundar en especies exóticas y comerciales, estando por lo general, en minoría las variedades realmente tradicionales.
“Las semillas siempre han estado, no en una sola persona, es algo familiar. Yo sola no podría llamarme curadora de semillas, sola no puedo, es mi familia. Lo mejor es que todos tengan semillas y las compartan. Que cumplamos con nuestro rol en la vida. Creo que los conceptos producen más confusiones que aporte. Yo creo que como mapuche todavía no le tomamos el valor que merece. Muy pocas personas han asumido un rol frente a la semilla. Creo que de a poquito ellas van a ir posicionándose.”
En relación al txafkintü tradicional y al actual masivo, Ingrid recuerda: “Mi mama hacía txafkintü desde que tengo memoria. Por ejemplo, la lamgmien Juana tiene un gallo castellano muy lindo, lo conversaban y acordaban hacer txafkintü por una gallina blanca, ese era el duam que llevaba para la visita y a veces, en ese mismo txafkintü acordaban uno nuevo con alguna semilla.
Con las visitas igual, se iban con plantitas de yewün, siempre las visitas eran parte del txafkintü, siempre se daba algo a cambio de lo que se llevaba. Lo hacían para ayudar a completar la huerta de la otra persona, siempre en ese sentido de reciprocidad y de colaborar al bienestar de la otra familia, esa es la esencia del txafkintü. Es el valor de compartir algo, no un valor económico como ahora.”
Trabajar en el Semillero
El año 2017, fue el inicio de las siembras en lo que llamamos semilleros activos: hacer huerta con variedades tradicionales en recuperación. Fue precisamente esta labor la que nos llevó a pasar meses junto a la familia Maripil Mellao, el valor de una semilla tradicional a través de la mirada de Ingrid, nos hizo aliados en un arduo trabajo que llevamos junto a toda su familia, pues a través de ella irrumpimos en un sistema de agricultura convencional.
Medio en broma, nos lanzamos a competir entre variedades tradicionales y comerciales, cuya conclusión de victoria nos comparte Jaime quien, como hijo de agricultor convencional y ayudando a su padre, conoce muy bien este tipo de agricultura con agroquímicos y variedades de semillas comerciales, Jaime señala: “pasamos de una agricultura convencional, a sembrar toda la diversidad de semillas tradicionales. ¿Qué poroto conocía yo? Brío, Sofía y Magnum y el Coscorrón, todos esos que podíamos ir a vender a la feria de Temuco en las temporadas que se dieran. Esos eran mis cultivos. A mi papá nunca se le pasó por la mente que existían otras variedades, cuando nos dijeron, no les creímos. Cuando las vimos, seguimos sin creer, pero probamos y aún no puedo creer el rendimiento ¡fue extraordinario! mucho más que todos los porotos que sembramos con químicos, con abonos, con fumigaciones, con todo lo que nos han pasado y hemos comprado, fue mucho más, no lo podíamos creer.
Yo tenía la duda de si el tema era la tierra o era la semilla. Entonces hay quienes optan por la tierra y otros por la semilla. Y me quedó claro, que más que la tierra, es la semilla. Entonces si la semilla es buena, la producción va a ser buena. Todo parte por la semilla. La producción, la cantidad, la calidad, todo pasa por la semilla.”
Hablar de semillas es hablar de vida, de energías que confluyeron para dar forma a lo que fue el primer semillero de recuperación en tierras mapuche, un transitar que nos sorprendió con la llegada de Aleliwen. Emocionada, y mientras da pecho a nuestra pequeña compañera de siembra, Ingrid nos cuenta: “llegaron las semillas y ya había una pequeña semilla conmigo, chiquitita, era un embrión. Estuvo siempre en el proceso. Imagino que será una futura huertera, con muchas variedades, con herencia y responsabilidad de sembrarlas. Todos mis hijos tienen que ir aprendiendo, tomando su rol”. Hicimos los almácigos junto a ella y al nacer, estuvo en la cosecha, ahí en su coche mirándonos con sus grandes ojos de maqui, reconociendo nuestras voces y riendo cada vez que le lanzamos un beso.
Pasamos por los tiempos de Walüng cosechando, y entramos a Rimú en las mismas circunstancias, tantas eran las variedades, que no nos daban descanso en su proceso de maduración para semilla. La responsabilidad sin duda fue grande, lo conversamos hoy también cuando Ingrid nos sonríe mientras da pecho a su pichizomo: “creo que las semillas tenían que llegar aquí, tenían que pasar por aquí e irse a otro lado. Nosotros cumplíamos con ese perfil, las semillas sabían eso, que llegando aquí podrían luego llegar a más lugares y así se está haciendo. Hemos conversado eso de la responsabilidad de con quien compartimos esa semilla. Con familias, con territorios que tengan claro lo que significa la semilla tradicional, semilla antigua, la semilla mapuche. Familias que no dependan de las instituciones, porque ese también es un riesgo, tienen que tener claridad de lo que estamos haciendo. Familias que estén por la autonomía. La autonomía que significa que la semilla la tengo que sembrar, mantener, guardar. Esos son algunos criterios que hemos asumido responsablemente. La semilla hoy en día es asumir una responsabilidad y una postura.”
La oportunidad de conocer, sembrar y proteger tantas variedades, permite que quienes han sido los primeros responsables de un semillero en el sur, tengan ese privilegio de optar por sus favoritas, donde sin duda el protagonista es el dewül, el poroto y sus múltiples colores, formas, tamaños y usos. “Que los porotos tengan colores que se relacionan a ciertos elementos de la naturaleza, el treile, el ganso, tienen sentido como antes, significa que también estás mirando alrededor, a una ave, animales, otras plantas. Hay algunos como culebras, otros como ñimin. Lo más llamativo son todos esos colores, de formas, de rayas, todo tiene sentido. Uno se siente tan ignorante. Yo cuando veía crecer todo eso miraba y decía ¿cómo hemos perdido tanto?. Toda esa sabiduría que tenía nuestra gente. ¿Cómo con un discurso nos pueden cambiar la forma de alimentarnos?”.
Mensaje para las nuevas generaciones
“Como mapuche estamos en el desafío de reconstruirnos como pueblo, de reconstruir nuestro territorio, de volver a hablar el mapudungun y creo que nos estábamos olvidando de las semillas. Las semillas siempre han estado en nuestro pueblo, la alimentación es algo fundamental, la alimentación tiene que ver con las muestras de cariño. Si queremos reconstruirnos, no nos olvidemos de la semilla, porque eso nos aporta autonomía, estar mejor, estar más sanos. En esa reconstrucción tenemos que ser capaces de sembrar, no reproducir ese discurso del mapuche está conectado con la tierra, pero sin práctica. Vivir de la tierra significa que hay que saber sembrar, hay que volver a aprender a sembrar como lo hacían nuestros ancestros.
La semilla es algo integral que traspasa todo en nuestra vida. Si sembramos necesitamos agua, tierra, saber de la luna, necesitamos saber de la semilla, en qué tiempo sembrarlas, como cocinarlas. Involucra muchas cosas.
Mi mensaje es ese, no nos olvidemos en este rescate, en esta reconstrucción de las semillas. Asumir el rol fundamental frente a ellas: reconocerlas, sembrarlas, compartirlas, consumirlas y mantenerlas.”
Relatora: Claudia Mellado Ñancupil
Equipo Biodiversidad Alimentaria
Glosario:
Chachay Antü: hace alusión a un relato mapuche donde el sol es visto como el gran abuelo que nos ilumina y protege.
Tuwün: lugar de origen familiar y espiritual.
Pichiche: niño y niña, pequeña gente.
Pullü: energía de vida que forma parte del ser, ya sea humano, animal, ave, bosque.
Pewenche: mapuche que habitan en la cordillera, la gente del pewen, de las araucarias.
Lawen: denominación genérica de especies medicinales.
Awar: haba.
Nagche: gente que vive en los sectores de valle, entre pewenche y lafkenche.
Pewenentü: bosque de araucarias con energías importantes porque tiene un Ngen.
Wingkazüngün: idioma del no mapuche.
Mapuzüngun: el hablar de la tierra, idioma mapuche.
Txawün: encuentros donde se reúnen mapuche para compartir y hablar temáticas propias del pueblo.
Txafkintü: proceso de intercambio de semillas, elementos elaborados en el campo, saberes y conocimientos asociados.
Ñaña, papay: formas para referirse cercanamente a personas, principalmente usado entre mujeres.
Nütxam: conversación.
Kimun: conocimiento asociado al aprendizaje instruido.
Mürke: harina tostada.
Lamgmien: hermana.
Pichizomo: mujer pequeña, alude a una niña.
Dewül: poroto.
Ñimin: greca de los tejidos mapuche.
Walüng: tiempo de abundancia, ciclo de cosechas. Se condice con el verano por la temporada.
Rimü: tiempo de guardar cosechas, de agradecer a la tierra, el inicio del descanso. Similar al otoño.
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