22 junio, 2018

«EL MAESTRO DE LAS TRADICIONES»

 

Julio Lira añañuca     Unos cuantos kilómetros antes de llegar al puerto de Huasco, Región de Atacama, en la localidad de El pino, existe un camino local por el cual se llega a un estrecho camino interno que, bordeando los cerros llega hasta la hermosa ruta costera que recorre playas y desierto florido en un paisaje único hasta llegar a la bella playa de Bahía Inglesa. A unos pocos kilómetros de andar por este camino, que nos recibe con añañucas, hualles, alstroemerias, leucocorynes, amancay, azulillos, nolanas y deliciosos copaos, que parecen sobrevivir en medio de un paisaje saturado de olivos, se observa un cálido hogar con un enrejado repleto de maíces de diversos colores a su costado, los que también cuelgan en algunos maderos. Esto basta para conocer la señal de estar cerca de un sabio que ha sabido mantener sus tradiciones y sus semillas, su forma de vida, sus principios y sus sueños.

 

     Son ya incontables las veces que hemos venido a disfrutar de una bella tarde de aprendizaje, de frutos incomparables, de historia, de brevas que apenas caben en una mano, damascos enormes, duraznos maduros en mata con ese dulzor y jugosidad incomparables, de hecho ese es el nombre de una de las variedades que nuestro destacado anfitrión le da a uno de sus frutos estrella, el durazno incomparable, solo luego de probarlo logras comprender la razón inevitable de su nombre.

 

     Hoy entraremos a la vida de un grande y también incomparable personaje, Julio Humberto Lira Montero, como todos los agricultores de tradiciones se mantiene erguido, con la frente siempre en alto, orgulloso de su tierra y su trabajo, sin resentimientos, solo con gratitud y la esperanza de poder seguir trabajando su campo. Es de los contados que ha sido capaz de mantener su producción diversa de hortalizas y frutales entre enormes olivares, eso no es una limitante para él, «sólo se deben trabajar las copas de estos y todo se puede dar«, nos dice.

 

     Cuando entras a su terreno, sólo vez olivos, tantos que te encandilas y no vez nada más, de pronto la vista se agudiza y aparecen esos históricos frutales, durazno blanquillo, durazno abollado, nectarín el incomparable, durazno prisco, damascas, que corresponden a damascos grandes, (en el campo se le suele atribuir el carácter de femenino a un fruto más grande, otros ejemplos de ello son la melona y la zapalla), higueras de muchos tipos, perales, membrillos, además de sus hortalizas, comenzando con el tomate que ya es conocido a nivel nacional como “tomate lira” – «Pero si quiere llámelo de otro nombre» – me dice humilde.

 

Julio Lira tomate     De hecho los que lo admiramos, de forma inevitable terminamos llamando así a su jugoso y delicioso tomate, le siguen su maíz blanco, amarillo, rojo, naranjo, el melón escrito, cuya técnica domina a la perfección, su haba de vainas gigantes, acelgas por doquier esparcidas en su terreno, y el zapallo del tronco. Variedades que heredó de su padre, y su padre de su abuelo, y que él no cambia por nada, de hecho en muchas ocasiones le hemos ofrecido otras variedades tradicionales, pero él nos mira con esa sonrisa tan expresiva y nos dice: «Gracias, pero ustedes saben que yo tengo mis semillas«. Y es cierto que a veces recibe una que otra, pero siempre se queda con las suyas, esas que atesora de toda una vida, que heredó y que el hereda a quien le pida, de la llamada vieja escuela agrícola, esa en que dar y ayudar era más importante que la llamada competitividad. Pero conozcamos juntos un poco más de la vida de esta admirable persona que tenemos la dicha de conocer, y acercarles un poco, porque detrás de cada uno de estos hombres protectores de la biodiversidad, se esconde siempre una historia de esfuerzo, ideales y principios.

 

     Julio Lira nació el año 1934, sus padres fueron Pedro Lira y Juana Montero, siempre creció entre hortalizas y frutales, en esos años en que la abundancia y la biodiversidad eran parte cotidiana de la vida del sector. Su padre fue un agricultor de tradición, que a la vez también heredó esta noble labor de su padre. Todos se transmitieron el esfuerzo y el conocimiento necesario para realizar la agricultura con un clásico estilo tradicional.

 

     – «Empecé a trabajar a los 9 años, en ese tiempo no se iba a estudiar ni a Vallenar ni a La Serena, uno se quedaba acá no más, la agricultura siempre fue lo mío, nunca hubo otra opción, pero a mí siempre me ha gustado lo que hago, no me imagino de otra manera. Aprendí a criar animales, amansar bueyes pa’ arar, castrar chanchos, producir pasto, inyectar animales, por todo eso he pasa’o, y siempre en la agricultura, producíamos de todo para vivir. Se carneaban los chanchos para la casa, se hacía chorizo, jamón, paté, longaniza, todo eso, también toda la hortaliza y fruta se producía aquí, eso se vendía pa’l norte, venían camiones a comprar acá. Había 8 trabajadores, esto en los años 50 a 54, luego esto se fue acabando de a poco, esto se llenó de olivos y se fue perdiendo, luego la fiebre de los membrillos, se sacaban más de 1.000 cajones de membrillo, se enviaban todo enreja pa’l norte, llegaban los barcos pacotilleros que venían del sur, atracaban acá y lo llevaban pa’ Antofagasta y otras partes del norte» – Nos cuenta ansioso y casi nostálgico don Julio mientras la señora Magy, su esposa, interrumpe también entusiasmada: «En esa época hubo mucha actividad del puerto, en esa época no habían carreteras para el norte y ahí estaban las mineras, las salitreras, entonces todo iba de acá» – Luego retoma nuevamente Don Julio la conversación.

 

Julio Lira maiz     – «Se sembraban zapallos, melones, pepinos, zapallo italiano, repollo, coliflor, choclo, se sembraba de todo de todo, zanahoria, betarraga, cebolla, de todo, venían tres camiones de Chañaral cada semana, se llenaban en la parte alta del valle con frutas y hortalizas y lo que les faltaba lo terminaban llenando acá en Huasco, avisaban una semana antes lo que comprarían, todo era organizado, todos producían acá«.

 

     En esos años, don Julio nos cuenta que todos producían su propia semilla, de Las Tablas para abajo casi todos producían, y cada uno sacaba su propia semilla, es por ello que él dice mantener la semilla de esos tiempos que a su vez venían heredadas de su padre que también fue un experimentado agricultor. También cuando alguien no tenía se convidaban semilla entre todos, no existía el egoísmo. Nos cuenta que los cambios comenzaron con las plantaciones de olivo, se sacaban los frutales tradicionales de diversas especies para reemplazarlos por olivos, y el problema además es que cuando van creciendo los árboles y se cierran sus copas, no se dan los cultivos entre medio.

 

     – «Este fundo por ejemplo producía de todo, sin embargo llegaron los olivos y se terminó todo lo demás, 83 hectáreas. Yo no entendía mucho, a mí me decían que había que plantarlos y me buscaban, los Callejas partieron con eso, traían las plantas, como vieron que producía buenas olivas y aceite comenzaron a poner más y más y como eran de los grandes, el resto comenzó a hacer lo mismo» – Le ayuda la señora Magy a terminar la idea, mientras don Julio continúa, – «Ahora la aceitera no vale nada pagan $150 a $200 por kilo y la agarradura (cosecha) ¿cuánto sale? entre $100 a 120, no ganan nada los aceiteros, por eso los olivos comenzaron a arrancarlos. Cuando estaba en su auge el olivo, el kilo de aceituna valía $120 y el kilo de pan valía $25, ¿cuántos kilos de pan compraba con el kilo de aceituna?, casi 5 kilos, hoy el kilo de pan vale $1.200 y el kilo de aceituna vale $600, en vez de avanzar, retrocedimos, nosotros siempre nos acordamos de eso«.

 

Julio Lira esposa     Continuamos hablando entonces de la herencia, de cómo terminó siendo la persona y agricultor que es hoy en día, comienza recordando que simplemente tocaba aprender – «sino le llegaba su coscorrón, tocaba melgar y si estaba muy chueco, también llegaba reto (desprende risas resignadas y concientes), pero primero nos enseñaban los trabajadores con más experiencia, así entonces íbamos aprendiendo las labores«.

 

     Aunque realmente nuestro gran amigo Julio no tenía muchas opciones ya que era el único hombre y tenía 5 hermanas, y mientras a ellas les tocó educarse, a él le tocaba trabajar. En esos años así eran las cosas, no había mucho que opinar o escoger, pero como él siempre recalca, él ha sido feliz así, y realmente eso se nota, en cada labor que realiza en su campo, en cada cultivo y cosecha que uno ve año tras año, hay una armonía y una dedicación que supera ampliamente el sentido del deber, hay cariño, hay identidad, hay una complicidad innegable entre él y su tierra.

 

     – «En ese tiempo ya de 7 años a los niños nos tocaba comenzar a trabajar, primero nos tenían pajareando«-  ¿Perdón don Julito, cómo me dice?- interrumpo un tanto confundido su disertación, ¿me podría explicar eso de pajareando?, «por supuesto«, prosigue con característica paciencia.

 

Julio Lira surcador     – «Pajarear consistía en andar espantando a los pájaros para que no se comieran las semillas«- ¿o sea de ahí viene el viejo dicho?, ¡guau!, aprendía cultura general otra vez…. le dije que cuando mis padres me decían a mí que andaba pajareando definitivamente no se referían a lo mismo – entonces él y su señora comienzan a reír en conjunto, continúa entonces sin parar la idea – «¡Mira allá están las loicas! Nos decían y ahí partíamos corriendo, no había que demorarse o llegaba reto, luego de este trabajo a los 9 yo ya estaba arando con bueyes«.

 

     Además de ser agricultor desde joven le tocó hacerse cargo de los animales de casa y de los familiares, recorría más de 130 kilómetros con más de 100 animales hasta La Higuera. El abuelo le enseñó desde pequeño el trabajo con animales, luego él a la distancia conocía a cada uno de ellos, los cerros según sus propias palabras, los aprendió a conocer piedra por piedra, y a pesar de lo sacrificado, guarda los más bellos recuerdos de sus viajes, sin duda alguna son vivencias que atesora agradecido, parte fundamental de su vida de esfuerzo y trabajo, de hecho aún recuerda hasta el nombre de la yegua coja en la que lo mandaban a los cerros cuando niño, se llamaba Peseta.

 

     – «Siempre fui bueno para el trabajo, los vecinos venían a pedirme prestado para arar, arreglar cercos y otras cosas, también me tocaba llevar la cebada en burros a Freirina, dos viajes al día. Era el goma de todos, y no me llegaba nada porque era entre familia, gratis, tocaba segar y allá íbamos. Pero yo siempre tenía una hectárea para mí, que la manejaba yo y ahí sembraba de todo, tomate, zapallos, maíz«. – Nos cuenta con absoluta alegría y orgullo cada etapa de su vida.

 

Julio Lira haba     – «En esos años sólo mi padre administraba y manejaba la plata, y a pesar de que era regalón de él, cada vez que se compraba algo, mi señora tenía que pedírselo a él. Mi padre murió de 103 años y hasta los 90 trabajó duro, se arremangaba, no le gustaba ponerse botas, él ya tenía las peras de pascua, la pera libra o tacho, la pera manzana y la pera chirimoya, la de agua, la cognac son peras muy antiguas, había muchas de esas antes, tenían guindas donde ahora está el maíz blanco, era de esa cereza dulce colorá, los pájaros le hacían chupete y mi padre le hacía guardia con su rifle a postón, tenía muy buena puntería hasta viejito y llegaba con sus cerezas, tenía su huerta, mi padre ya tenía el melón escrito, el maíz blanco, sembraba zanahoria de tres variedades, coliflor, haba, arveja, llegaba cada día con canastos de cosas de su huerta, no comprábamos verduras, él mantuvo hasta los 90 años un pedacito de terreno donde ponía de todo, una melga de cada cosa, mi papá hacía limpiar las lechugas a pie pelao’ pa’ no pisarlas y él también hacía lo mismo, pero luego comenzó a perderse por la enfermedad y la vejez«. – Entonces la señora Magy interrumpe para hablarnos de su suegra:

 

     – «Mi suegra era una mujer sumamente trabajadora, a las 5 de la mañana sacaba la leche, amasaba pan porque no había panaderías, hacía camas de lana, la lavaba, la escarmenaba, la hilaba, hacía cuadrados con tirillas e iba poniendo la lana, murió joven a los 50 años se llamaba Juana Elvira Montero» – En el brillo de sus ojos se deja ver su total admiración.

 

     De sus semillas don Julio nos cuenta que son una herencia de generaciones, que no las ha cambiado ni las cambiará porque está acostumbrado a ellas y porque tienen demasiadas ventajas.

 

Julio Lira maiz     – «Yo conozco mi semilla, sé cuanto se demora, sé que puedo sacarle semillas todos los años, el pájaro poco las ataca, por ejemplo si pongo de esos maíces dulces de ahora,  los pájaros me los pelan altiro hasta abajo, a los míos no les pasa nada, muñequea sale el grano y se pone duro altiro y ya los pájaros no lo comen. Los híbridos los he probado pero no me gustaron, una vez puse tomates de esos, saqué el primero y me salió bonito, luego el segundo se achicó y los terceros eran puras bolitas. Mi tomate lo tengo hace más de 70 años y mi papá los tenía también desde mucho antes, siempre comienzo a sacar tomates en diciembre, estas semillas están adaptadas al suelo de uno. Una vez compré 5.000 semillas de tomate de ese híbrido y me salieron 300 lucas y para recuperarla cuesta mucho, por eso yo tengo mi semilla y no gasto casi nada en producirla y casi no tengo polilla«.

 

     Don Julito sin duda es de esos personajes en extinción, amigo de sus amigos, de esos que dice las cosas de frente y siempre con respeto, de esos que no piden ayuda, de esos a la antigua, de esos que se alegran más de dar una semilla que de recibirla, de esos que cuando da, no pesa ni mide, sencillamente da, tratamos de comprender esa voluntad tan desinteresada y noble.

 

     – «Me gusta que la gente tenga semillas, no vender sino regalar, vinieron profesionales una vez y querían comprarme semilla de todo, y yo les dije ¿para qué?, y no me respondieron, yo les dije prefiero quemar mi semilla a que me la patenten,  yo le convido a la gente, si quiere llevar le doy,  si llegase a morir quiero que regalen mi semilla, en Canto del agua han hecho plantas de mi tomate, es como una herencia, mientras esté vivo las voy a mantener, si quieren semillas en cualquier momento me dicen. La gente pasa fuera de la casa y ven los maíces y yo les elijo las mazorcas más bonitas, me preguntan ¿cuánto vale?, no llévela no más les digo«.

 

     – «Nosotros somos muy amigos, nos tenemos confianza» – me dice con la mirada fija – «una vez un amigo me pidió semillas, como me atrasé en la siembra, le pasé muchas, pasaron los meses y no teníamos choclos, le dije a mi esposa que fuera donde él a buscar, que llevara plata por si acaso, me va a creer que le vendieron los choclos?, al año siguiente mandó a su hijo a pedirme más semillas le dije que no tenía, me molestó mucho eso, la idea es compartir, es apoyarse, yo nunca niego mi semilla ni mis productos, a nadie, la gente es muy mal agradecida, así no somos los de campo, así que nunca más«. – Parece indignado justamente al contarlo.

 

Julio Lira durazno     Todo lo que nos cuenta Don Julito es absolutamente cierto, le hemos visitado con decenas de personas, y siempre convida de todo lo que tiene, no unos cuantos tomates, ni un kilo, sino un cajón, hay que detenerlo para que no siga convidando, con sus amigos es totalmente desprendido, cuando hay habas son bolsas de vainas frescas, si están secas, entonces tendrás que llevar semillas de su haba blanca insuperable, y así enumerar sus obsequios se hace difícil, aceitunas zajadas, duraznos de todo tipos, plantas de duraznos, zapallos italianos o del tronco, higos, y así como da recibe. Ha sido reconocido por distintas agrupaciones e instituciones por su gran labor agrícola, por su aporte al resguardo de la biodiversidad y por sus productos inconfundibles. Ama tanto el campo, que el único día que se da para descansar un poco es el domingo, y su forma de entretenerse es mirando un canal rural argentino, el 726, donde observa con asombro las nuevas tecnologías aplicadas en campos de producción intensiva.

 

     Sus productos agrícolas los ha entregado ininterrumpida y tradicionalmente al local de don Carlos en Huasco, quién le compra todo lo que produce sin siquiera revisarlo, y todos los que compran ahí piden el sabor y la calidad de sus productos, es así que nunca le ha fallado la venta.

 

     Su mensaje a todos aquellos que han recibido su semilla a lo largo del país es que la cuiden y que se siente orgulloso de saber que su semilla ha llegado a tantos lados y que su pena mayor sería que estas desaparecieran, y antes de despedirnos termina con el siguiente aviso, lleno de ese conocimiento tradicional que cada vez se apaga más:

 

     – «Cuando vengan por las estacas de la higuera, deben venir en la mañana, porque en la tarde la sabia baja, ud. sabe eso» – mmm… la verdad no lo recuerdo mucho – respondo disimulado como desentendiéndome – «yo se lo he enseñado» – me repara cual profesor – «la sabia baja y casi todos los injertos se secan si se les saca en ese momento, igual los injertos deben ser antes de la 1 de la tarde, si se hace después saldrán chicos y sin fuerza, después de las 8 de la noche vuelve a subir y si no tira sabia ¿cómo va a prender el injerto?» – Excelente pregunta le respondo entre risas.

 

     Finalmente antes de retirarnos nos da unos sobres con semillas: «si yo las pierdo, ustedes las tienen» – nos dice con su risa de hombre sabio, acaba precisamente de enseñarnos la lógica de los antiguos agricultores, en que compartir la semilla era parte de la estrategia de supervivencia, tanto de las semillas como de nuestra especie.

 

     Definitivamente la historia demuestra que hay cosas que no enseña la educación formal, los principios, la honradez, la rectitud, el respeto y el sentido común, eso lo enseñan los padres, las vivencias, la vida misma, lo cierto es que depende de cada uno el aprenderlo o no, y definitivamente la agricultura tradicional tiene mucho que enseñarnos al respecto.

 

     Don Julio Lira vive actualmente con su esposa la sra Maggy Stembecker y tienen dos hijos: Luis y Juana Lira.

 

     Datos de interés: don Julio Lira es un experimentado podador e injertador ya que maneja con pericia las técnicas tradicionales para conseguir que estas labores sean todo un éxito. Maneja además la técnica del zajado de aceitunas consiguiendo de forma natural una calidad incomparable. Finalmente mantiene la tradición de marcar sus zapallos antes que maduren para evitar robos, pero además como sello de calidad y origen.

 

 

Relator: Esteban Órdenes

Equipo Biodiversidad Alimentaria

 

 

Julio Lira zapallo    Julio Lira maiz    Julio Lira durazno   Julio Lira maiz

 

 

BIODIVERSIDAD ALIMENTARIA