La historia se remonta varios años atrás, y se inicia llena de sueños y de ideales entre las aulas y los campos de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile,  donde se da inicio tímidamente a proyectos estudiantiles que toman forma el año 2001 y se van concretando de a poco, entre prácticas agronómicas voluntarias y el trabajo social realizado entre colegios y clubes de adulto mayor.

 

     Cuando los sucesos se miran en retrospectiva se puede observar que no sólo son las decisiones las que van forjando nuestro camino, se suman a ella las influencias externas, la creencia personal, los principios y el propio azar, a continuación explicaremos el por qué.

 

     Como agrónomos se nos forma en agricultura convencional, hijos inconscientes de la Revolución verde, la que en las aulas poco se cuestiona, fichas técnicas como recetas para nutrir a los vegetales, tecnologías de punta para obtener mejores producciones y utilidad, enemigos en el campo que se deben exterminar a como dé lugar, plagas, enfermedades y malezas. El uso de variedades mejoradas y de alto rendimiento, el llamado vigor híbrido, no tienen comparación ni competencia, gracias a ellos se puede alimentar al mundo.

 

     Haciendo memoria, ninguno de los hoy agrónomos recordamos haber pensado en la mínima probabilidad de que existan aún variedades antiguas, obsoletas o incluso degeneradas, aún así jamás participamos de ensayos o parcelas demostrativas que nos permitieran comprobar que es efectivamente así, que las variedades actuales producen más que las antiguas, esto ni siquiera era necesario comprobarlo o demostrarlo.

 

 

     ¿Qué era lo particular entonces?, que a pesar de esa formación, en nuestros terrenos facilitados amablemente por las autoridades de nuestra escuela, comenzamos a sembrar de todo, excepto híbridos, ¿la razón?, la verdad es difícil de saber, hoy podemos suponer que con el dinero que comprábamos innumerables variedades de semillas, seguramente nos hubiese alcanzado para un puñado de híbridos.

 

     La verdad no sabemos responder cómo, pero de alguna extraña manera, sin saberlo, sin estar conscientes de lo que comenzábamos a hacer, dábamos inicio al reconocimiento y recuperación de variedades tradicionales de hortalizas y cultivos, nadie en su tiempo nos lo dijo, y demoramos varios años en saber nosotros mismos que el año 2002 comenzamos a producir variedades tradicionales y heirloom, nada menos que en Antumapu, la destacada y mítica escuela de Agronomía de la Universidad de Chile, la alma máter del equipo base de agrónomos de la alianza nacional de Biodiversidad Alimentaria.

 

     Fue en esos años también que conocimos a nuestra primera curadora de semillas, Cecilia Pérez, bibliotecaria de dicha facultad, «tía Ceci» para quienes la conocemos y queremos. Tenía una cantidad innumerable de variedades de ají, variedades de tomate, y nos traía semilla que encontraba en sus viajes para que la reprodujésemos,  ahí comenzamos a trabajar con ají cristal, cayena, cacho de cabra, tomate corazón de buey o perón, tomate limachino, entre otras. Realmente en esos años no teníamos idea que era ser curadora de semillas, jamás lo habíamos oído, pero ahí estábamos frente a una, que sin saberlo también comenzó a convertirnos en recuperadores de semillas y en curadores principiantes.

 

     Aún sin saber la novedad de nuestro sistema productivo, en esos años recién se comenzaba a hablar de producción orgánica, y de agroecología no se hablaba en el país, a pesar de que uno de sus reconocidos padres es de aquí. Sin embargo nosotros, sinceramente más por la falta de recursos, que por el conocimiento que teníamos de la materia en cuestión, aceptamos el desafío, y créanme que resultó, fuimos aprendiendo con los años, fue así que siguieron llegando semillas de diversas partes, íbamos cada cierto tiempo a La Vega a ver si encontrábamos cosas nuevas, así trajimos la papa mojón de gato, una década después nos enteraríamos que se llamaba papa meñarki, y mientras en la Facultad terminaban un ensayo con variedades de frutilla híbrida, nosotros el año 2003 comenzábamos nuestra producción de frutilla blanca traída desde Purén, regaladas por sus propios productores. Fuimos luego incorporando variedades heirloom o de herencia (tampoco sabíamos en esos años que se llamaban así), de hecho también lo supimos una década después, tomate perita, tomate san marzano, roma, cal ace y marmande, sandía klondike, pimentón embell, zanahoria chantenay y nantesa, repollo corazón de buey, berenjena black beauty, etc.

 

     Así pasaron los años y sin saberlo éramos unos curadores de semilla, y la tía Cecy se convirtió en nuestra cómplice número uno, ella nos sacaba semilla para la próxima temporada, se llevaba el fin de semana frutos, y de regreso nos tenía la semilla limpia y seca, en un sobre de diario listas para esperar su nueva siembra. Y cada vez que aparecía algo nuevo, nos juntábamos a intercambiar a horas de colación, así fuimos aprendiendo de variedades, pero paradójicamente no de híbridos, que eran los que como agrónomos debíamos manejar, sino de semillas tradicionales, esas que estaban desapareciendo, no fue hasta ser profesionales que comenzamos a cuestionarnos el hecho de tener que aceptar por norma que los híbridos eran “mejores que las semillas tradicionales”.

 

     Llegado el año 2008 a ser extensionista hortícola a la Provincia de Huasco en el marco de un programa territorial de CORFO, tocaba fortalecer áreas productivas y comerciales, fue en ese instante en que luego del levantamiento de la línea base, llegamos a una particular conclusión: el costo más alto de varios productores era la semilla, los tomateros veían que este costo subía año tras año, al igual que los productores de pimentón y berenjena. Entonces asumímos que a diferencia de otros costos, éste se podía manejar con mayor flexibilidad y éxito, no podíamos bajar costo ni en plástico, ni en madera, los costos son casi iguales entre proveedores, nada que hacer. Ahí recién comenzábamos a enterarnos de los altísimos precios de la semilla híbrida,. Comenzamos entonces a hacer ensayos de variedades tradicionales con variedades híbridas, no había diferencias significativas en rendimientos, ahora aparecía otro tipo de justificaciones, el híbrido es más firme y más precoz, ahí comenzamos a cuestionarnos, junto a otros profesionales, ¿por qué asumimos automáticamente que las variedades antiguas o tradicionales presentan menos beneficios productivos y comerciales?. Así comenzó a pasar con melones, tomates, sandías y berenjenas, definitivamente había que buscar mayor información y la web sin dudas ayudó bastante, respecto a la importancia de las variedades tradicionales y lamentablemente también respecto a su desaparición de los campos y de las mesas.

 

     En ese intertanto entre diversas asesorías y trabajos locales apuntamos toda nuestra curiosidad y esfuerzo a buscar variedades tradicionales de hortalizas y frutales, la verdad todos lo encontraban bonito, felicitaciones pero nada tangible. Ahí ya habíamos conocido a una de las mujeres más maravillosas, Hortensia Lemus, de la localidad de Tatara, agricultora de tradición familiar, líder comprometida con este trabajo, decide apoyarnos para conseguir recursos y poder realizar una investigación acabada de la biodiversidad alimentaria de la Provincia de Huasco, buscando aliados de las comunidades diaguitas que se han mantenido hasta hoy en este trabajo y nace el proyecto de: «Rescate de la biodiversidad de las comunidades diaguitas y campesinas de la Provincia de Huasco», éste permitió investigar durante 4 años la biodiversidad alimentaria de hortalizas, cultivos y frutales, la que concluyó con un libro del mismo nombre de la Editorial 8 libros, con la descripción de 259 especies en más de 500 páginas.

 

     Para la publicación trabajan dos agrónomas Thamar Sepúlveda y Nicole Aguayo y dos agrónomos Esteban Órdenes y Fernando Uribe, junto al historiador de la Provincia de Huasco Jorge Cruz y la antropóloga Natalie Osorio. En este proceso participaron de forma activa algunas comunidades aymaras y pewenche representadas por el lonko Nibaldo Romero, quién posteriormente dedicaría sus esfuerzos junto a su comunidad Pedro Currilen, para comenzar nuevas investigaciones ahora en la Región de la Araucanía, proceso que sería incentivado también por una de las más importantes figuras en el ámbito del resguardo de la semilla tradicional, hablamos de Zunilda Lepín, nombrada Tesoro Humano Vivo el año 2015 por el Ministerio de Cultura, quién conociendo el trabajo realizado también estima la urgencia de comenzar con dicho rescate en su Región.

 

     Pero, no nos quedamos sólo en el libro, sabíamos que para rescatar eficientemente a las semillas tradicionales habría que traerlas a la vida, entonces comenzamos con los semilleros vivos o activos y jardín de variedades, que estuvieron a cargo de los principales resguardadores de la Región de Atacama: Carlos Castillo, un hombre sabio y entendido como ningún otro en el área de la biodiversidad alimentaria, conocedor de las técnicas productivas y de producción de semillas, conocedor por lo demás de las variedades híbridas actuales, con quienes siempre realiza producciones comparativas. Junto a él un joven pero a la vez experimentado agricultor, de tradición agrícola, Ricardo Rivera quién también se dedica a la recuperación y reconocimiento de variedades tradicionales de Chile.

 

     Esto permitió recuperar la semilla en términos reales, más allá de la retórica, semillas que llegaron de un sólo ejemplar, hoy están recuperadas y se comparten con las comunidades a través del semillero pasivo o banco de germoplasma que se inauguró el año 2016, en el cual se mantienen más de 900 variedades tradicionales del país, y se comparte con cualquier miembro de comunidad que cumpla con el protocolo de intercambio.

 

    Luego de dos años de visitas a la Región de la Araucanía en la búsqueda de semillas tradicionales, se realizó el año 2017 un proyecto de «Recuperación de semillas tradicionales de la Región de la Araucanía», formándose un equipo de gran experiencia en lo que respecta a recuperación del patrimonio agroalimentario del pueblo mapuche, mientras se mantiene el equipo que mantiene el semillero pasivo en el norte del país, dándole uso, resguardo y difusión.

 

     El equipo del norte está formado por la Administradora del semillero y presidenta de la «Asociación indígena por la biodiversidad alimentaria y patrimonial de la Provincia de Guasco», Hortensia Lémus, y con ella Ruth Trigo, dirigenta indígena y precursora del proyecto de Biodiversidad de la Provincia, junto a Jioconda Torres, María Eugenia Godoy, Elba Araya y Mary Arancibia, todas dirigentes diaguitas comprometidas históricamente con el trabajo de recuperación de la semilla tradicional, junto a más de 60 miembros de distintos sectores de la Provincia que trabajan sembrando semillas tradicionales y difundiendo su uso e importancia.

 

     En la Región de la Araucanía, hoy trabaja el equipo profesional de esta alianza nacional compuesto por los agrónomos Esteban Órdenes y Thamar Sepúlveda, junto a la encargada del área social zonal Claudia Mellado, como autoridad tradicional el Lonko Nibaldo Romero, como resguardadoras de semillas Zunilda Lepín, Ingrid Maripil y Cledia Vásquez, todos dedicados en su condición y expertiz a recuperar las semillas tradicionales locales para uso de las comunidades mapuche. Se realizaron tres semilleros con el apoyo de CONADI y su consejo, dando inicio a una recuperación urgente, de semillas, de tradición y patrimonio, comprendiendo que una semilla es alimento, salud y conocimiento.

 

     Al mismo tiempo comenzaron a visitarse comunidades aymaras interesadas en el trabajo de recuperación realizados, quienes participaron de diversas actividades como giras, intercambios de semillas, días de campo y seminarios realizados en la Provincia de Huasco, todo coordinado por la agrónoma Paula Miranda y el agrónomo Roberto Calabacero, quienes realizan actividades de rescate de la biodiversidad nacional y son parte activa del equipo de nuestra alianza nacional, con la exclusiva finalidad de recuperar las semillas tradicionales con sus principales custodios, indígenas y campesinos.

 

     Para avanzar en los procesos en el valle del Huasco, el año 2017 se generan 8 publicaciones nuevas con la finalidad de recuperar el conocimiento productivo tradicional en conjunto con las comunidades para mantenerlos vigentes para las nuevas generaciones a cargo de los agrónomos Thamar Sepúlveda y Esteban Ordenes, junto a la diseñadora y artista Ariadne Opazo.

 

 

     Es cierto que aún en la actualidad son muchas las variedades tradicionales que se encuentran en riesgo de desaparecer, pero podemos decir con seguridad que son menos que hace años. Ha sido un grano de arcilla el aporte, pero ha sido significativo, como resultado de la formación de un equipo humano y profesional que frente a toda disyuntiva y diferencia, ha optado por buscar la similitud, la identidad y trabajar por una causa común, que no sólo les beneficia a ellos, sino a todos los habitantes de Chile y el mundo, indígenas o no, campesinos o urbanos, productores o consumidores. Hemos decidido no sólo lamentarnos por la pérdida de la biodiversidad alimentaria, base de la propia existencia humana, sino más bien hemos decidido actuar, recuperar, sembrar, comer, y compartir, esa es la manera, nada que requiera de grandes conocimientos, aparte de los que sabios indígenas y campesinos ya han compartido con nosotros al igual que su semilla, haciéndonos saber lo importante que es para ellos que otros conozcan acerca de esto.

 

     Cada vez que hemos recibido una semilla, hemos compartido otra, ese es un principio básico de acción para nuestro equipo, y cada vez que le consultamos a aquellos agricultores si les molestaría que compartiésemos su semilla con otros nos han respondido al unísono: – «No!, llévela no más, regálela, así si se me pierde a mí alguna vez, usted la tendrá y así no se pierde«. Una de las importantes razones de por qué antes había tanta biodiversidad, era por quienes la mantenían, el agricultor hoy anciano, que aún con todos los cambios en la realidad campesina, no escatima a la hora de dar, no está pensando en precios, no ve a su vecino como competencia, lo ve como un aliado, un verdadero resguardador de semillas no habla de semillas extintas ni perdidas, habla de la semilla que tiene desde tantas generaciones atrás, sin duda son ellos los que están en extinción, y eso pone en grave riesgo la biodiversidad alimentaria mundial. Es por eso que cuando dan semillas, siempre dan enseñanzas también, y son esas enseñanzas las que intentamos rescatar junto a sus semillas, dándoles el valor real que tienen, que trasciende a lo comercial, que es patrimonial, cultural, social e incluso espiritual. A pesar de este concepto profundo y objetivo, seguir creyendo que las variedades tradicionales no son rentables o comerciales es parte de un prejuicio injustificado, las ventajas que presentan para ser competitivas están ahí, y los mercados internacionales lo van comprendiendo, como una alternativa para comer sano, más nutritivo, con identidad y con otras dos grandes ventajas por sobre otro tipo de semillas: aseguran la biodiversidad mundial y son la base principal de la estrategia productiva que hará frente al actual cambio climático.

 

     Les invitamos a conocer nuestro trabajo integral y a ser parte de este proceso de recuperación colectiva, que recién comienza su historia, al menos de forma consciente, ya sea como productor, consumidor o promotor.

 

 

        

 

 

BIODIVERSIDAD ALIMENTARIA