PREHISTORIA DEL HUASCO
«He intentado afanosamente escuchar su mensaje y no lo consigo, mis oídos, contaminados con el ruido del modernismo tecnológico no son capaces de escuchar sus secretos, mas debo recordar que los pensamientos que conservan son demasiado sabios para mí. Lo único que logro es tener la sensación de que los ojos de la raza vieja me observan, cuando el soplo de la brisa en los montes produce un misterioso y bello susurro.»
Al concluir el Pleistoceno, época geológica anterior a la actual, cuando el planeta sufría los efectos de la última glaciación que provocó importantes cambios climáticos, en el valle del Huasco existía un régimen de lluvia más intenso que el actual, las tierras altas poseían un mayor cúmulo de nieves eternas, el centro era más denso en cubierta vegetativa y las zonas de quebradas más verdes, similares quizá al bosque valdiviano, todo lo cual favoreció la concentración de fauna mayor. En estas condiciones ambientales, rebaños de mastodontes, paleolamas, caballos americanos, ciervos de los pantanos y milodones, recorrían estos parajes. Testimonio de aquella fauna pleistocénica es la bosta fosilizada (coprolito) encontrada en un alero rocoso ubicado al sur de la ciudad de Vallenar.
Basado en diversas teorías del poblamiento americano, es probable que en el décimo milenio antes de Cristo, o tal vez en fecha aún más temprana –existe gran debate al respecto, una avanzada de cazadores nómades procedentes del norte haya iniciado la colonización del territorio. Pertenecían al género Homo Sapiens u hombre moderno y descendían de los primeros inmigrantes que vinieron a la nueva tierra. Sabían producir fuego, trabajar la piedra y protegerse del frío en aleros rocosos; tenían conocimientos y técnicas sencillas, propias de aquella edad. Estaban probablemente organizados en pequeñas bandas unidas por lazos familiares o clanes, subsistiendo principalmente de la cacería de aquellos grandes animales adaptados al clima frío reinante. No se puede decir de ellos mucho más, solamente imaginarnos que venían siguiendo a un líder, explorando, y habrían llegado así en oleadas sucesivas en el transcurso de los milenios. Está demás decir que tuvieron que recorrer grandes distancias a pie, cruzar extensiones totalmente desconocidas hasta encontrarse con esta tierra que les ofreció las condiciones propicias a sus necesidades, que no deben haber sido muchas. Otros, antes como después, deben haber seguido camino al sur o volvieron sobre sus pasos.
A este estadio cultural los especialistas le llaman Paleoindio o de los hombres tempranos. En el Huasco no se conocen antecedentes humanos para este período, debido quizás a su misma topografía. Zona peculiar, por la fuerte pendiente del valle y sus numerosas quebradas, o porque sus específicas características requieren para su detección una investigación dirigida, no solo a nivel de superficie como las ocasionales realizadas hasta hoy.
Al llegar el Holoceno o época actual, comienza un proceso de calentamiento global que derrite los glaciares, aumenta el nivel del mar, la lluvia poco a poco cede en intensidad y gradualmente cambia la apariencia del paisaje. Ante estos grandes eventos climáticos, la megafauna se desplazó hacia el territorio austral y, producto de una suma de factores, al llegar el octavo milenio se extinguió.
A los grupos humanos que permanecieron en esta zona, la naturaleza misma les condicionó su actividad, trasladándose primero de un punto a otro por la costa hasta establecerse en espacios que el hombre aún el día de hoy ocupa y explota: Bahía Salada, Totoral, Aguada Los Burros, Carrizal, Caleta Angosta, Baratillo, Los Toyos, Huasco, Bahía Chapaco, Playa Brava, Punta de Lobos, Punta Alcalde, Peña Blanca, Caleta Chañaral, lugares donde entusiastas coleccionistas locales y ocasionales veraneantes han encontrado importante cantidad de piezas arqueológicas de todo tipo.
En estos dominios, la nueva sociedad experimentó un largo proceso hacia la conquista de los recursos del mar, definida según Agustín Llagostera (1989) en tres etapas: primero, acceso a los recursos intermareales; segundo, acceso a las profundidades a través del anzuelo, y tercero, acceso a mar adentro, a través de balsas de cuero de lobo marino infladas. Frágil embarcación en que, con destreza, estos hombres se adentraban en el mar en busca de grandes cetáceos y los cazaban con arpones y lanzas líticas.
Al paso de los años, décadas, siglos y milenios, y a medida que su población se multiplicaba, incursionaron hacia el oriente. Insisto, no pretendían colonizar nuevas tierras, iban en busca de lo desconocido y de la aventura. Es el momento cuando debieron readaptar sus métodos de caza y cambiar su presa por animales de menor tamaño: guanacos, vicuñas, zorros, liebres, chinchillas y aves. De igual manera, comienzan a dedicar parte de su tiempo a la recolección de frutos y semillas silvestres, obteniendo un fuerte complemento en su dieta alimentaria y un conocimiento acabado del potencial vegetal, lo cual abrió las expectativas para la futura actividad agrícola. En este nuevo período de desarrollo conocido como Arcaico, entre los años 8000 y 300 a.C., los hombres tuvieron una movilidad acorde a las condiciones favorables brindadas por la zona, al contar con gran cantidad de quebradas que comunican el interior con el litoral y a la vez conectadas entre sí. Esta característica propia del valle del Huasco cobra la mayor importancia, ya que muchas de ellas disponen de recursos hidrológicos durante todo el año, lo que constituiría un factor decisivo para el asentamiento y desplazamiento de grupos humanos. Toda esta bondad natural es producida por la particular orientación del valle, el cual se interna hacia la cordillera, posibilitando que el mar modere las temperaturas del interior, brindando quebradas ricas en pasturas naturales. De esta manera, costa, valle, quebradas y cordillera, dejan abierta la puerta para que estos hombres se adapten a la trashumancia, aprovechando el ciclo estacional favorable o quizás imitando la sabia movilidad de las manadas de camélidos, que desde esta época formarían parte significativa en su desarrollo como sociedad. Entonces las montañas y quebradas en la alta cordillera fueron conocidas y parte de su hábitat, y así, no tardaron mucho tiempo en cruzar el macizo andino.
Durante la estación invernal, época poco propicia para vivir en la alta cordillera, la costa les ofrecía una variedad de recursos que secados o ahumados podían ser almacenados, proporcionando una estabilidad económica no comparable con la explotación de otros ambientes. También desarrollaron primitivos instrumentos de molienda para hacer harina de semillas, principalmente de algarrobo.
A esta unidad cultural desarrollada en la costa de todo el norte semiárido, los especialistas la conocen como cultura Huentelauquén y los sitios más representativos en el Huasco serían: Baratillo, Puerto Guacolda, Quebrada Taisani, Totoral y Canto del Agua. Sin embargo, no hay mayores investigaciones al respecto.
Hacia el término del último milenio antes de Cristo, con una incipiente agricultura, este pueblo logró amplio dominio de los ecosistemas locales; igualmente, la producción de cerámica les permitió cocinar, almacenar agua y alimentos. Además, se reconocen dos tipos de grupos humanos, los que viven en las zonas altas del valle y los que ocupan las zonas costeras. Estos grupos costeros y montañeses se han mantenido a lo largo del tiempo, llegando incluso a extenderse hasta la época actual.
Estudios recientes aseguran que en aquel tiempo hubo una oscilación climática cálida y seca llamada “optimum climático”, tiempo que coincide cuando los ahora montañeses, al explorar las cumbres andinas, descubren los pequeños pastizales de altura conocidos por los lugareños de nuestra época como vegas cordilleranas. Lugares utilizados aún en la actualidad por pastores para alimentar sus rebaños de bovinos y caprinos en los meses de primavera y verano (veranadas). A pesar de que la cordillera de los Andes constituye un sistema montañoso con abundancia de precipitaciones níveas, también tiene períodos de escasez de nieve, cuando quedan al descubierto corredores naturales llamados portezuelos, que permitieron a gente del Huasco y sus contemporáneos situados en la misma latitud allende los Andes –grupos guaraníes del Chaco que se habían establecido alrededor del año 2500 a.C. en el noroeste argentino–, conocer con precisión meridiana las dificultades, las jornadas de viaje y las paradas obligadas en cada trayecto de sus desplazamientos, lugares donde el agua y las pasturas no faltan nunca en época estival, y junto con ello descubrir una gran cantidad de hierbas que usaron para medicinarse.
A través del constante intercambio de productos y personas por el macizo andino, se originaron amplias redes de parentesco, que facilitaron aún más los desplazamientos y lazos de cooperación mutua entre ambas culturas, desarrollándose de mejor manera por este lado las tradiciones agro-alfarera y minero metalurgista. Similar cultura fue estudiada por primera vez en 1938 por don Francisco Cornely en la región de Coquimbo, y la denominó El Molle. Los tiempos cronológicos de su desarrollo los situó aproximadamente entre los años 300 a.C. y 700 d.C. Hoy la otrora columna de integración trasandina pasó a convertirse en frontera o muralla geopolítica.
Fue en esta etapa cultural cuando los huasquinos dejan de depender exclusivamente de la caza y la recolección, y su economía tiende a hacerse cada vez más dependiente de la producción de alimentos vegetales y de animales domesticados. Se acentuó la alta movilidad por diferentes sectores provinciales ligados a la obtención de recursos estacionales, haciendo que los asentamientos fueran de uso temporal, pero seguramente recurrentes en el tiempo. Razón que explicaría por qué los sitios de asentamiento Molle son poco densos y sus cementerios se reducen a unas pocas sepulturas.
Los rasgos más característicos de esta etapa, que a juicio personal correspondería a la cultura más interesante de nuestra prehistoria son: el surgimiento de aldeas, el uso de regadío artificial, el trabajo en metales, la cerámica monocroma de forma globular con escasa decoración, la fabricación de cachimbas de piedra, sus entierros en túmulos, sus cráneos de paredes gruesas y el tembetá o tarugo labial.
La abundancia de agua y buena calidad de los terrenos del valle no obligó a estos hombres a formar grandes grupos para emprender pesadas construcciones agrícolas, motivo por el cual tampoco se hizo necesario que tuvieran una autoridad central. La idea de la propiedad privada era ajena a su cultura, el territorio era de todos y cada familia o clan tenía su ámbito. Si se producía algún desplazamiento, cada familia se instalaba donde prefería, siempre y cuando no molestara a sus vecinos. Este particular sistema de convivencia es aún practicado por familias de crianceros, que desde remotos tiempos utilizan lugares específicos en cada veranada.
En el transcurso del tiempo, la interrelación con pueblos del noroeste argentino y otros de más al norte, permitió que los mollinos (o mollenses) generaran una mayor riqueza cultural, quedando demostrada en su modo de vivir aldeano, y en la variedad de forma y colorido de su cerámica. Según estudios de Ricardo Latchman y en la cronología del investigador Max Uhle, esta amalgama social y cultural debió ocurrir entre los años 500 y 900 d.C.
Es así como este pueblo se preocupó de consolidar un complejo desarrollo de socialización y unificación de variadas culturas, con la aceptación de todos, sin excepción. Proceso que se mantuvo en el transcurso del tiempo colonial, brindando refugio a indígenas perseguidos por encomenderos de otros valles, y hasta muy entrada la época republicana otorgando hospedaje a numerosas familias migradas de la zona de Cuyo.
La economía de esta nueva etapa tendió a la diversificación agrícola, haciendo mejor uso de la trashumancia ganadera, asociada al intercambio de productos a grandes distancias mediante caravanas de camélidos. Los individuos usan el tembetá mollino solamente como adorno y sus muertos son enterrados en otro tipo de sepultura, junto a huesos de camélidos.
De esta etapa cultural los arqueólogos, fundamentados en el estilo diferente de su alfarería, pensaron que se trataba de una cultura distinta a la etapa anterior y siguiente. Y basándose nuevamente en lugares de la cuarta región de Chile, la denominaron Las Ánimas o agro alfarero medio, estableciendo su existencia entre los años 800 y 1000 d.C. El investigador Julio Montané (1969) propuso que esta etapa de la prehistoria fue de tránsito hacia la cultura Diaguita, la sociedad humana más avanzada en términos culturales y tecnológicos del Chile prehispánico, teniendo su mayor desarrollo entre los años 1200 hasta la llegada de los europeos.
Este último período prehistórico marca la consolidación de los procesos de sedentarización habitacional, a base de grupos aldeanos con una organización social más integrada y compleja, con jefaturas y jerarquías grupales según el parentesco, que controlaban las actividades económicas del valle a partir de un sistema de dualidad (dos jefes por valle: uno arriba y otro abajo).
A mediados del siglo XV, llega a la Región de Atacama y por ende al Huasco el general Sinchiruca y lo haría con diez mil hombres. Primer contingente enviado por Tupac Yupanqui, para anexar esta remota tierra al poderoso Imperio inca, detrás otra expedición en pos de la primera. Garcilaso de la Vega y uno de los últimos cronistas de Chile, Carvallo y Goyeneche, concuerdan en sus relatos. Según otro cronista español, Jerónimo de Vivar, ocurrieron algunas escaramuzas y peleas ligeras entre pueblos, hasta que los hijos del sol establecieron una exitosa alianza con los diaguitas del Huasco y se produjo una interesante interacción cultural. Los incas revitalizaron el uso de la costa y los diaguitas continuaron con sus tradiciones y la administración de su territorio.
El término de la prehistoria del valle del Huasco ocurre en el año 1536, cuando llega por un paso cordillerano de más al norte don Diego de Almagro, a la última zona de América exenta de acciones militares ejecutadas por las huestes españolas. Seguramente la superioridad de las armas europeas impidió una resistencia indígena de largo plazo, consolidándose en corto tiempo el dominio hispano. Al europeo, dominador de la situación, no le interesó la cultura local, mucho menos conservarla. Buscaba únicamente el enriquecimiento rápido por la adquisición de metales nobles, y con la imposición del sistema de encomiendas que vino después obtuvo grandes mercedes de tierra trabajadas gratuitamente por mano de obra indígena, sobre todo en la parte baja del valle. Fue el momento en que se rompe el delicado equilibrio de la sociedad diaguita, se trastocan sus hábitos de vida precedentes y se empieza a destruir su identidad ancestral. El idioma cacano dejó entonces también de hablarse y fue olvidado, transformándose así en una verdadera lengua muerta.
Desde ese momento, los ibéricos generaron una serie de prejuicios contra los indígenas del Huasco, asignándoles una suerte de inferioridad innata, tratándolos como bárbaros, salvajes e infieles. Todos estos conceptos aún persisten a base de la información dada en los textos escritos por historiadores capitalinos, que han asegurado que antes de la conquista española no existía nada valioso en la provincia, habitada solamente por gente ignorante y semi animal, que para mal de la cultura no pocos educadores contemporáneos continúan pasivamente repitiendo.
Como en todo choque cultural es evidente la existencia de mayor influencia de los colonizadores que de los colonizados, puesto que estos últimos debieron acatar lo que les fue impuesto: como la religión, costumbres y desde luego el idioma. Se produce en todo este largo período que duró la Conquista y la Colonia, la pérdida de la rica cultura aborigen del Huasco, que aún no hemos sabido entender ni apreciar. Por ejemplo, el tema ecológico, algo que nosotros recién comenzamos a aquilatar, mientras para ellos era parte fundamental en su modo de vida.
La invasión ibérica con su sistemática destrucción de todo lo representativo de la cultura local, las bajadas de quebradas y crecidas de río, la explotación minera, agrícola y ganadera, han producido grandes cambios al paisaje natural del valle a lo largo de su desarrollo histórico. Así se han destruido gradualmente los sitios arqueológicos y desaparecido el lenguaje no escrito de estas antiguas culturas que la humanizaron, sin olvidar las iniciativas a veces depredadoras de los propios investigadores con el propósito de obtener un grado académico o una buena publicación, pero al parecer sin tomar en cuenta su preservación. Sin embargo, existen unas extraordinarias formas de expresión humana que han perdurado casi de milagro en el tiempo. Se trata del arte rupestre, rocas signadas mucho antes de que los invasores europeos llegaran a estas tierras, atriles pétreos en donde los artistas del pasado eternizaron sus pensamientos para generaciones futuras.
Cuando estamos ante estas maravillas, sentimos que es tal su poder enigmático que nos obliga a remontarnos al pasado, y son tan complejos los problemas arqueológicos a nivel de país, que los especialistas reconocen la falta de hitos para poder fijar datos definitivos de sus fechas de elaboración. Tal vez algunas son anteriores a la era cristiana. Tampoco se sabe si fueron realizadas durante un lapso continuo, si su ejecución se prolongó durante meses, años o en temporadas intermitentes, o cuándo dejaron de realizarse. Solamente nos sugieren ser el resultado de un considerable esfuerzo invertido en su factura, por quizás más de una generación de artistas, y hoy son un ara sagrada para nosotros, hijos de ellos.
Nuestra sociedad es una fusión de lo indígena con lo hispánico, a la que se suman con el tiempo diversas influencias extranjeras que constituyen en conjunto lo que somos hoy. Más allá de los conflictos del pasado, debemos ser capaces de asumir que nuestra cultura no es superior ni inferior a la de otra sociedad cualquiera y nuestra historia y herencia es tan valiosa como la de todas.
Autor: Jorge Cruz Campillay
Historiador diaguita
Extracto de:
– Cruz, J. 2015. Prehistoria del Huasco. (cap. I, pp. 19 – 23). En: Órdenes, E (ed). Biodiversidad de la Provincia de Huasco: Rescate de la biodiversidad agrícola con valor alimentario y patrimonial de las comunidades diaguitas y campesinas. Santiago: Ocho Libros Editores. 508 p.